La reflexión del domingo
Os dejamos la reflexión de José Carlos
El relato que Lucas hace de la oración del fariseo y el publicano nos abre a entender los dos modos, entre otros, de entender la vida y la relación con Dios.
LAS DOS MIRADAS DE LA GENTE. En tiempos de Jesús, los fariseos era un grupo religioso judío que tenía buena fama, por vivir piadosamente, cumplir la ley de Moisés, ayunar, dar el diezmo... Buscaban una renovación de la fe, intentando vivir cumpliendo todos sus preceptos.
La gente de aquel tiempo, también tenía que convivir con los publicanos, recaudadores de impuestos que ponían los romanos, verdaderos dueños de Israel. Los publicanos recaudaban la cantidad que los romanos les pedían; además debían cobrar de más para garantizarse su sueldo. Sus cobros podrían ser razonables o desmedidos, según la persona que los hiciera. Zaqueo se enriqueció con los impuestos que cobraba. Ni que decir tiene, que los publicanos eran odiados por la gente, por razones obvias.
LAS DOS MIRADAS DE DIOS.
El evangelio nos hace observar cómo es la oración de cada uno. La del fariseo, es una oración altiva, no incluye la palabra perdón, porque no reconoce sus pecados; una oración que enumera sus virtudes, mientras oculta sus miserias; una oración que se compara con los que han caído en bajezas morales, como los publicanos ladrones, los adúlteros, los impíos... Su cuerpo ora erguido.
La oración del publicano, por el contrario, tiene una expresión física: "se daba golpes de pecho" y unas palabras ahogadas: "apiádate de mi, Señor, que soy un pecador".
Dios mira a los dos individuos y justifica al segundo, no al primero.
Claramente, Dios se pone al lado de los pecadores que se arrepienten de su vida, que no están a gusto con lo que son, que ven como han caído en las redes del mal sin saber cómo salir.
Dios no justifica a los que, muy seguros de si mismos, hacen de la ley una norma absoluta. Una ley que se cumple a rajatabla, pero que olvida el sentido de la misma. Cumplen la ley, pero a la vez pueden despreciar al hermano, o se pueden comer los bienes de las viudas con pretextos piadosos. La ley es solo una justificación. Pero Dios justifica al humilde, aunque se salte la ley.
DOS CONSECUENCIAS
La consecuencia del enaltecimiento, de mirar el mundo desde arriba, es la humillación. La consecuencia de la humildad es el enaltecimiento. Todo eso, en la órbita divina, no en la humana. La oración de María nos recuerda también que Dios "derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes".
DOS FORMAS DE MIRAR EL MUNDO
También hoy podemos ver la vida desde los ojos de Dios o con los ojos de este mundo. Sin duda, en la iglesia, en la política, en las relaciones sociales, en la vida en general, podemos vivir desde la hipocresía del cumplimiento o desde la misericordia y la condescendencia.
Sería muy bueno que analizáramos lo condescendientes que somos con nosotros mismos y lo intolerantes que somos con los demás. También podríamos mirar cómo el mundo que vivimos es muy condescendiente con los poderosos y muy poco comprensivo con los más pobres.
El Papa León, citando a San Gregorio Magno, en Dilexi te, recuerda que a veces los pobres hacen cosas reprensibles, pero no por eso hay que despreciarlos, porque "la pobreza purifica el exceso de alguna maldad". Dice después: "los pobres pueden ser maestros silenciosos, devolviendo nuestro orgullo y arrogancia a una justa humildad" (Dilexi te, 108).
Nuestro mundo ha entrado en una etapa en la que la arrogancia y la intransigencia se dirige a los más pobres. ¿No estaremos siendo fariseos implacables?
José Carlos
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